Suena “Never ending circles”, y mientras Mayberry recorre el escenario, saltando, dando vueltas, golpeando con un brazo al aire, uno se da cuenta de qué irá el asunto: una diatriba en clave pop, un reclamo que no amarga porque te hace bailar al ascendente ritmo del concierto. La siguiente canción, “We sink”, lo confirma: los desencuentros con el otro saben mejor si van acompañados de ambientes synthpop. Y así siguen con “Make Them Gold” y “Gun”. En Pitchfork describían su música como aquella que suena en los vestidores de las tiendas. Tiene sentido: música buena ondita dirigida a un público que pasa buena parte de su tiempo entre un espejo y una cortina. Ahí están las botas negras y las camisitas azules de los asistentes al concierto; las chamarras de cuero en café y negro, las camisas con palmeras en tonos azul y verdes, los shorts vaqueros de tiro alto.
La chica que en The Guardian escribió contra los mensajes machistas y violentos que recibe vía Facebook (internet, ya lo sabemos, es el terreno para el anonimato y la canallada) sale al escenario y se dirige a un público que suele caracterizarse por su, digamos, constante interacción con los intérpretes. Sin embargo y por sorpresa, los comentarios hacia Mayberry escasean; ese tipo de comentarios que lamentablemente no faltan nunca, como tampoco faltan los “¡oé, oé, oé, oé, oé, Chvrches, Chvrches!” ni la bandera tricolor arrojada al escenario.
Bandera que va a parar al sitio de Martin Doherty cuando éste pasa al frente a cantar “High Enough to Carry You Over” transcurrido medio concierto. La canción (acaso el mejor track del Every Open Eye sólo por detrás del gran ausente en sus presentaciones: “Down Side of Me”) suena como un descanso. Los cuerpos dejan de saltar y ahora se contornean, brazos que dibujan imaginarias olas que pueblan El Plaza por aquí y por allá. Continúa “Under The Tide”. Mayberry sigue moviendo sus hombros detrás de los sintetizadores y el público aprovecha para ir por más cerveza, salir a fumar o ver si todavía quedan playeras de su talla. “Esa no me late”, se escucha por ahí.
El setlist languidece, el público lo sabe porque ya comienzan a sonar las canciones que probablemente hicieron a CHVRCHES volver a México de manera individual. “Recover”, “Bury It” y “Leave a Trace”. Algo dice Mayberry desde el escenario: “hace dos años que vinimos”, “tienen lugares hermosos”, “Frida Kahlo algo…” y “nos vemos en Monterrey”. Iain le responde, Martin también. Bromean, pero en el público no queda muy claro qué dicen. Al lado de mí un par de ingleses comentan que no entienden bien qué dicen, mucho menos nosotros.
Si acaso un track le da circularidad a su último álbum, ese es “Afterglow”. Despojados de otros artificios y con apenas un ambiente que acompaña a la voz, la letra de la canción se muestra como síntesis del disco. Y en efecto, durante el encore su letra hace sentido: ante nosotros se establecen todos los pensamientos vacíos, los contornos, las luces y las formas para dejar un rastro y acaso mostrarnos un camino de vuelta a casa.
La breve pausa, iluminada por los celulares en la sala, se interrumpe para volver a lo que estábamos –saltar, gritar, movernos al acompasado ritmo de las luces- cuando ya suena “Clearest Blue”. Todos vuelven a hacer malabares para sostener su vaso de cerveza y saltar al tiempo en que otros sostienen su celular para capturar el momento antes de que finalmente suene el loop con que comienza “The Mother We Share”. Al frente, Iain al bajo y Martin aporreando su Maschine, Lauren con la bandera como capa pasea otra vez por el escenario, el último recorrido en este sitio; ahí va con vaqueros y top negro de izquierda a derecha, levantando el micrófono para que también nosotros cantemos. Los tres bañados por unas luces moradas que se interrumpen por destellos amarillos al ritmo de los últimos compases de la noche.
Por: Imanol Martínez
